Los valores olvidados de la gestión pública
Los tiempos que corren son de aupa. La crisis lo puede con todo y ocupa el primer plano de la agenda públic para los nuevos gobiernos municipales, autonómicos y central que tomará posesión en menos de un año. Nuevos dirigentes políticos al mando de las Administraciones con la promesa de reconducir la situación y poner a nuestro país de nuevo en la senda del crecimiento.
La reducción del déficit está en primer lugar de la lista y señalado bien fuerte en rojo. Es la gran obsesión. Los profesionales públicos tendrán que trabajar en esa dirección. Y no será fácil. Los que estamos dentro sabemos que una cosa son los mensajes que a través de los medios de comunicación lanzan los políticos sobre reducciones de gasto y otra muy distinta el margen real del que se dispone.
Ante las dificultades es buen momento para incorporar en valores que parecen olvidados en la dirección de los asuntos públicos: racionalidad, sentido común y comunicación veraz.
Se habla de acabar con gastos superfluos refiriéndose a aquéllos que están de más, que no aportan nada a la generación de valor público, excesos o ineficiencias. Falta aplicar racionalidad para decidir sobre cada tipo de gasto superfluo, si su reducción es a corto o a largo plazo y de qué cuantías (en porcentajes) estamos hablando. Nos encontraremos que los recortes a corto (coches oficiales, impresoras, reducción de ministros o concejales , menos teléfonos móviles, etc) los más fáciles, y quizá los más efectistas son los que menos ahorran en las partidas presupuestarias. La realidad es que acaban convirtiéndose en magníficos titulares de prensa con una efectividad limitada.
El sentido común indica que en paralelo hay que trabajar sobre reformas a largo plazo que cambien como un calcetín la organización y composición de las Administraciones públicas.
Dos ejemplos. El primero, la aplicación de una mayor racionalidad organizativa que elimine duplicidades y multiplique eficiencias requiere menos fotos de prensa, más acuerdos políticos entre bambalinas y un trabajo de cirujía administrativa arduo y complejo. ¿Resultados? Seguro que los veríamos después de varias legislaturas. El segundo, algo que se puede realizar ya. La supresión de vacantes. Cierto que una vacante como tal no supone gasto, pero si se mantiene tenderá a ser ocupada por un interino, un reingresado o despertará tentaciones para sacarla a concurso. Miles de vacantes esperan su supresión o reclasificación en diferentes Administraciones. ¿A qué esperamos?
1 comentario:
"...despertará tentaciones para sacarla a concurso. Miles de vacantes esperan su supresión o reclasificación en diferentes Administraciones. ¿A qué esperamos?"
Estoy de acuerdo. Carguémonos la poca promoción interna que quedaba.
Es lo ideal para conseguir empleados públicos más motivados si cabe...
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