martes, 3 de junio de 2014

Líderes públicos, líderes humanos

Dentro del ámbito de renovadas competencias que demanda el liderazgo en las Administraciones públicas, la necesidad de un liderazgo humano es más perentoria que nunca. La burocracia sitúa a las personas como eslabones en la maquinaria administrativa y hace que el procedimiento se imponga dejando el talento tirado en la cuneta.



Liderar en lo público exige liderar desde las personas fomentando unos valores puestos todos ellos al servicio de un cambio cultural que es imposible realizar a golpe de boletín oficial. Prácticar unas virtudes o hábitos que ayuden a decidir y actuar correctamente, dotar a la práctica cotidiana de unidad, criterio y coherencia serían otros de los rasgos que debería incorporar la humanización del liderazgo en la Administración.

Los líderes humanos tienen vocación de crecer, se ocupan de su formación situándola como eje de su desarrollo personal y profesional. Aprender forma parte de su agenda vital, así como encontrar sus espacios de reflexión, en contraste con la exigencia permanente de hiperactividad a la que se ven sometidos por el entorno.
En un líder público, la vocación y voluntad de servir debe primar por encima de ambiciones personales, el ascenso o el afán por el poder. Lo público ante todo es servicio: a la sociedad, al interés general; quien así no lo entienda el mayor favor que puede realizar es dar un paso atrás y mantenerse lejos.

Bajo este punto de vista se entiende la necesidad de mantener el compromiso y la preocupación por colaborar y apoyarse en los demás; por promover el liderazgo, compartir competencias y conocimientos, entrenar y procurar el crecimiento de afines y colaboradores.

¿Demasiado bonito para ser real? Puede ser. Pero como aspiración y objetivo a perseguir debería servir. 

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