La reforma de la reforma
Todo el mundo habla incesantemente de la necesaria reforma de las Administraciones públicas, no sé muy bien si con un mínimo criterio o simplemente por repetir una cantinela que suena bien. Lo que es seguro es que bajo este epígrafe tan solemne -"reforma de las Administraciones públicas"- se esconde un juego de ideas e intereses de lo más variado, que no siempre tienen ni siquiera que coincidir con el significado literal de lo que se habla.
Hablar de reformas en la Administración no es algo demasiado novedoso. Desde que tengo uso de razón intelectual vengo oyendo hablar de una u otra política de reforma administrativa. Algo que no debería sorprender si se entiende reformar como cambiar, mejorar, innovar, relanzar o renovar. La adaptación permanente como algo innato al propio ADN de cualquier organización.
Pero reformar también puede significar reducir, recortar, empobrecer, retroceder o precarizar. Por ello es preciso que desde un primer momento cualquiera que pretenda pilotar un proceso de este tipo o todos aquellos que lancen sus propuestas u opiniones sobre el mismo desvelen de forma transparente cuál es el objetivo final de lo que se pretende. ¿El objetivo estratégico es tener una mejor Administración? ¿Reducir costes sin más? ¿Las dos cosas juntas? ¿El objetivo es recentralizar o descentralizar? ¿O defender / desmontar los intereses de determinados colectivos? ¿Hacer algo o no hacer nada pero aparentar lo contrario?
Este sería el punto de partida. El punto de llegada los resultados de un plan preciso, de no muchos puntos pero factibles, con acciones a realizar valoradas en plazo y coste de cada una de ellas. El problema es que no es tan sencillo definir ese punto de partida, o simplemente no interesa. O incluso que el propio proceso de reforma se viera también afectado por sus reformas propias o contrarreformas.
El galimatías por tanto está servido, todo el mundo opina pero pocos saben qué resultados va a ofrecer. Si es que se visualiza alguno.
Hablar de reformas en la Administración no es algo demasiado novedoso. Desde que tengo uso de razón intelectual vengo oyendo hablar de una u otra política de reforma administrativa. Algo que no debería sorprender si se entiende reformar como cambiar, mejorar, innovar, relanzar o renovar. La adaptación permanente como algo innato al propio ADN de cualquier organización.
Pero reformar también puede significar reducir, recortar, empobrecer, retroceder o precarizar. Por ello es preciso que desde un primer momento cualquiera que pretenda pilotar un proceso de este tipo o todos aquellos que lancen sus propuestas u opiniones sobre el mismo desvelen de forma transparente cuál es el objetivo final de lo que se pretende. ¿El objetivo estratégico es tener una mejor Administración? ¿Reducir costes sin más? ¿Las dos cosas juntas? ¿El objetivo es recentralizar o descentralizar? ¿O defender / desmontar los intereses de determinados colectivos? ¿Hacer algo o no hacer nada pero aparentar lo contrario?
Este sería el punto de partida. El punto de llegada los resultados de un plan preciso, de no muchos puntos pero factibles, con acciones a realizar valoradas en plazo y coste de cada una de ellas. El problema es que no es tan sencillo definir ese punto de partida, o simplemente no interesa. O incluso que el propio proceso de reforma se viera también afectado por sus reformas propias o contrarreformas.
El galimatías por tanto está servido, todo el mundo opina pero pocos saben qué resultados va a ofrecer. Si es que se visualiza alguno.
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