Publicado en PUBLIC, revista del Instituto de Gobernanza y Dirección Pública de ESADE, el 30/9/12
Hablar de transparencia en la dirección de los
asuntos públicos no es nuevo: desde los años setenta se habla de “abrir
las ventanas” (Chapman y Hunt, 1987) del sector público con el objeto de
reducir la opacidad burocrática. Durante décadas, hablar de
transparencia significó hablar de libertad de información (freedom of
information, FOI) y de acceso a datos en poder del Estado, con el fin de
garantizar a los ciudadanos el ejercicio de su derecho a saber.
Con la llegada del siglo xxi y de
la crisis, se han acentuado algunas tendencias de cambio que ya se
venían anticipando: cambio social –sociedad más compleja,
interdependiente, plural, diversa, fragmentada–, cambio económico
–globalización, crisis fiscal, sostenibilidad de los servicios–, cambio
político institucional –variabilidad en número, tipología y relaciones
entre actores, procesos de soberanía compartida, conflictos de
competencias, etc.
Pero es sin duda la tecnología, con la aparición de internet, uno de
los vectores de cambio más profundos de nuestras sociedades, que
representan “otro orden social, otro país” (Subirats, 2012). Así, se
conforma un nuevo poder, el poder de las redes, que otorga al ciudadano
la capacidad de conectarse y de compartir información de una forma que
altera significativamente las pautas de conformación de la opinión
pública y los procesos de construcción de la legitimidad política.
Ante este escenario, se acentúan los signos que indican la necesidad
de un reequilibro en la relación entre los ciudadanos y los poderes
públicos. La erosión de la confianza y la crisis de legitimidad que, de
manera creciente, sufren las instituciones, así como la nueva lógica de
actuación de las generaciones más vinculadas a la tecnología como modo
de vida, plantean el reto de evolucionar desde la cómoda delegación de
poder que la ciudadanía ha venido realizando a favor de los políticos y
los funcionarios hacia un escenario donde los ciudadanos sean el
elemento central, los actores y los participantes involucrados en los
asuntos públicos.
En este contexto, adquiere una renovada importancia la necesidad de
enfocar la acción de gobierno –en sus dos dimensiones: política y
administrativa– bajo un prisma de “gobierno abierto”, basado en tres
pilares fundamentales: transparencia, participación y colaboración.
Vemos, pues, que hablar hoy de transparencia implica algo más que
cumplir con un mandato burocrático; va más allá de las declaraciones
simbólicas. Ha de ser una forma de gobernar que impregne las decisiones
en el marco de las políticas públicas, un compromiso amplio y decidido a
favor del gobierno abierto (Cortés, 2012). Supone asimismo asumir que,
siendo el conocimiento uno de los elementos básicos en la capacidad de
intervención de los actores en las políticas públicas, una democracia de
mayor calidad implica la universalización del mismo.
En este sentido, la transparencia ha de ir asociada a tres valores
fundamentales: la accesibilidad –que la información sea fácilmente
accesible a cualquier persona, en cualquier momento y en cualquier
lugar–, la receptividad –por parte del Gobierno y/o la Administración– y
la equidad –para equilibrar el gap entre actores con mayor y menor
capacidad de acceso.
Partiendo de estas premisas, el siguiente paso sería modular, para
cada política pública, el grado de apertura o poder que se retorna a la
ciudadanía, siempre teniendo en cuenta que la transparencia implica
redistribución de poder para que el proceso no acabe siendo frustrante y
engañoso a ojos de los ciudadanos. Todo ello permite hablar de
transparencia a diferentes niveles: de información –unidireccional de
las instituciones a los ciudadanos–, de consulta –integrando la voz
ciudadana– o de delegación –cuando la ciudadanía se implica directamente
en la valoración de las políticas públicas (Ortiz de Zárate, 2012).
En cualquiera de los casos, la transparencia ha de ir más allá de la
simple elaboración de una ley; ha de potenciar la utilización de las
herramientas disponibles y crear con ellas espacios de contacto directo
con la ciudadanía a través de internet, así como plataformas para el
debate informado y el trabajo en común. Pero también trabajar y educar
en valores, en un doble sentido: por una parte, el de los principios de
gestión, para que la transparencia se asocie de forma inequívoca a la
forma de gestionar los asuntos públicos; por otra, porque tener
instituciones transparentes es condición necesaria pero no suficiente,
pues también es necesario que exista un tejido cívico con capacidad y
potencial para exigir y actuar en el campo de las políticas públicas.
Ambos son aspectos que se retroalimentan: una mayor transparencia
redunda en una mayor implicación cívica, que a su vez exige mayor
transparencia.
Concluimos, por tanto, que una marcada apuesta por la renovación
democrática sitúa la transparencia no como una opción, sino como una
obligación, entendida en el marco de un concepto más amplio de gobierno
abierto, que implica una redistribución real de poderes entre lo público
y la sociedad. De lo contrario, hablar de transparencia quedará al
nivel de una simple retórica, alejada de las expectativas inherentes a
la gestión pública que requieren los tiempos en que vivimos.
Óscar Cortés Abad es colaborador académico de ESADE y vicepresidente del Club Dirección Pública ESADE Alumni.
Referencias
Subirats, J. (2012): “¿Qué democracia y qué Administración para la
nueva época? Internet y la gestión pública”. Ekonomiaz, 80, 2.º
cuatrimestre.
Cortés, Ó. (2012): “La transparencia opaca”. Blog i-public@, 2 de abril. <http://i-publica.blogspot.com.es/2012/04/la-transparencia-opaca.html>
Ortiz de Zárate, A. (2012): Modelo LUDO: el gobierno abierto desde
la perspectiva del ciclo de las políticas públicas. Grupo de
Investigación en Gobierno, Administración y Políticas Públicas.
Instituto Universitario de Investigación “Ortega y Gasset”. WP-2012-15.
ISSN: 2174-9515.
Chapman, R.; Hunt, M. (1987): Open Government. A Study of the
Prospects of Open Government within the Limitations of the British
Political System. Londres: Routledge.
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