La visión cortoplacista de la formación
Es público y notorio que las arcas públicas están tiritando y que los presupuestos del año que viene dan para pocas alegrías. Ajustarse a las circunstancias es lo que toca, y por ello lo habitual ahora son tijeretazos y revisión de todas las partidas consideradas prescindibles. Dentro de ese grupo se viene incluyendo, con carácter general, la partida de formación.
Desgraciadamente la idea sobre formación que flota en el ambiente en las organizaciones públicas (salvo excepciones) es que se trata poco menos que un premio para que el empleado se libere de unas horas de la oficina, conozca gente nueva y acumule méritos que pudieran servir para futuros procesos de movilidad. En general, a muchos responsables con personas a su cargo no les suele ser hacer gracia cuando una de ellas se ausenta para la realización de un curso y mucho menos si estamos hablando de niveles superiores. Todo ello se refleja en una oferta formativa que deja mucho que desear, especialmente en su adecuación a las necesidades que se van planteando y a la carrera profesional. Por no hablar de la eterna cuestión de los fondos que reciben las organizaciones sindicales por la formación continua....
Tenemos un problema y de los gordos, aun reconociendo que si nos atenemos a las anteriores premisas el recorte presupuestario es coherente . ¿Tiene sentido considerar la formación un gasto superfluo susceptible de ajuste a las primeras de cambio? En mi opinión no. La formación más bien se trataría de una inversión, y más aún cuando el entorno y la Administración se ven sometidos a cambios tan sustanciales que afectan directamente a su propio sentido y forma de actuar. Sería precisamente ahora cuando habría que aprovechar para formar más y mejor a los empleados públicos, que falta hace.
¿Sólo a ellos? No sé por qué resulta tan extraño pensar en este país en formación para los políticos. ¿No necesitarían los políticos también ser formados? Es una pregunta que me hago repetidas ocasiones y no sólo yo, flota en el ambiente siempre que participo en eventos formativos con empleados públicos como los de las últimas semanas. De acuerdo que, ateniéndonos al sentido estricto y noble de la política, los políticos serían ciudadanos con vocación de servicio a la sociedad que elegirían de forma temporal un camino consistente básicamente en conciliar los distintos intereses y formular en consecuencia políticas que son puestas en marcha por la Administración. Si fuera así la formación a políticos no tendría tanto sentido ya que los ciudadanos elegirían a los políticos y les renovarían su confianza por sus capacidades o habilidades ya inherentes . El problema es que los políticos acaban profesionalizándose y ocupando en numerosas ocasiones cargos de gestión y dirección más operativa que requieren estar al día de técnicas y herramientas novedosas frente a las que pudieran ser sus competencias base con las que acceden al cargo. Bajo este punto de vista la formación a políticos sí adquiría sentido, más allá de las clásicas escuelas de verano de los partidos políticos.
En definitiva, si es necesaria altura de miras en estos tiempos que corren también lo es para pensar a largo plazo y apostar por la formación como elemento renovador y motivador para un sector público de futuro.
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