Debate muy interesante el que está lanzando Alorza en su blog sobre el concepto de innovación. En el último post se pregunta: ¿la administración pública produce innovaciones? No es que seamos unos expertos en el tema pero vamos a ver si podemos lanzar alguna aportación.
Antes de hablar de la innovación en lo público es necesario posicionarse sobre qué entendemos por este concepto. Innovar no es dar una mano de pintura sobre la cubierta del viejo barco. Es crear, inventar, encontrar nuevos caminos, romper. No es fácil. Sin embargo, en una sociedad en la que todo parece ya inventado y en la que la cautela prima más que el riesgo, los innovadores tienden a verse como "bichos raros", atrevidos, osados, irreverentes. Por ello la innovación ha estado normalmente vinculada a áreas de vertiginosa transformación, de riesgo. Hoy ya no; el progreso demanda hacer cosas diferentes para no quedarse atrás y la necesidad se va extendiendo a otros ámbitos. Para el éxito de la innovación es fundamental disponer de un contexto que la propicie: el tipo de organización (planas, adhocráticas, informales, flexibles, versátiles), el valor supremo de la persona (motivada, formada, valorada, reconocida), la capacidad de asumir una prima de riesgo y coste o relativizar el factor tiempo en la obtención de resultados (innovar no puede someterse a plazos). Además, no debemos pretender que innovar sea obtener la "idea del siglo". Pequeñas innovaciones son las más importantes, porque son más fáciles de fabricar, poco a poco van sumando y finalmente ayudan a conseguir el clima adecuado. En este sentido, las nuevas tecnologías, las redes sociales, etc. facilitan diferentes espacios de innovación: desde los blogs a los clusters del conocimiento pasando por los polos de innovación.
El tema es peliagudo cuando nos enfrentamos al "monstruo" de lo público. Si antes decíamos que el éxito de la innovación requiere disponer de un contexto específico, el sector público propicia precisamente un entorno desincentivador para la producción de innovaciones:
- El tipo de organización, la burocracia maquinal, es seguramente el más apropiado para los propósitos de la Administración pública pero supone el extremo opuesto a la estructura adhocrática: jerarquía vs. horizontalidad; formalismo vs. informalidad; rigidez vs. flexibilidad; rutina del procedimiento vs. sorpresa.
- El valor de la persona no es tal, tratándose de simples piezas en la máquina administrativa.
- El riesgo se ve penalizado, tanto por los superiores (a veces temerosos de lo que pueda suceder) como por los compañeros (para que nadie destaque y aumente el nivel de exigencia). El miedo al fracaso es notorio.
- El factor tiempo es sin duda diferente a la empresa privada, pero si bien en los ciclos de políticas públicas el tiempo disponible es mayor, en muchas ocasiones las exigencias políticas imponen plazos de locura. Ejemplo, la puesta en marcha de la renta para la emancipación que comentábamos el otro día.
Si a todo lo anterior unimos que lo público suele encajar mejor los cambios incrementales y continuos que los planteamientos subversivos puede ser ésta una razón por la que la innovación suele adquirir en la Administración forma de modernización, siendo éstos conceptos diferentes. Sin embargo, ello no es obstáculo para que puedan existir focos de verdadera innovación en la Administración, bien por iniciativas propias o iniciativas de naturaleza política que encuentran rápida cabida en empleados públicos estimulados.
Podemos concluir que la puerta a la verdadera innovación en el ámbito público no está cerrada; simplemente, diríamos que entreabierta.
Muy acertado, como siempre, Óscar. Me alegro de que no cierres la puerta: en cualquier momento nos sorprenderemos.
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