lunes, 10 de diciembre de 2018

Poder real e inteligencia colectiva

Hace unas semanas Beth Noveck, una de las expertas que ayudó a Obama a poner en marcha los pilares sobre gobierno abierto en los que se basó su Administración, pasó por Madrid e impartió una conferencia en la Fundación Telefónica a la que tuve la oportunidad de asistir. Aunque la conferencia íntegra la podéis encontrar aquí no puedo resistirme a compartir con vosotros algunas de las notas que tomé.

Noveck habló de cómo la inteligencia colectiva, canalizada a través de la tecnología, puede ayudar a los gobiernos a abordar los problemas complejos con los que han de lidiar cada vez con más frecuencia. Su argumento de partida es que los gobiernos son eficaces en términos operativos, cuando actúa directamente el engranaje administrativo - por ejemplo gestionando servicios-  pero no son tan eficaces al enfrentarse a los grandes desafíos que están apareciendo (migraciones, cambio climático, robótica, etc. ). ESta incapacidad, según Noveck, es la que lleva a los ciudadanos a no fiarse de las instituciones y, por tanto, la causa principal de su desgaste.

Una debilidad que se solucionaría, en parte, con una receta, aparentemente sencilla pero con una contrastada dificultad práctica: se trataría de reinventar el futuro democrático al conectar el gobierno con la inteligencia de las personas de la comunidad. ¿Cómo? A través de una tecnología capaz de facilitar esta conexión y de ayudar a gestionar el conocimiento en las diferentes etapas del ciclo de las políticas públicas.

Ilustró sus argumentos con ejemplos sobre cómo en TAiwan, Brasil, Islandia, EStonia o Grecia se estaban aplicando instrumentos digitales para mejorar la inteligencia colaborativa en etapas como las de agenda setting, evaluación o dinamización para agitar la participación. Ejemplos siempre interesantes pero que conviene tomarlos con cautela: se trata de casos aislados que de ninguna manera conforman una política en plenitud que esté ofreciendo resultados estructurales.

Lo más interesante estuvo en el debate posterior porque se plantearon con crudeza los aspectos que siembran más dudas: cómo corregir el sesgo que se muestra cada vez con más evidencia en el mundo online (Eli Parisier alude a los "filtros burbuja"), la dificultad para que los ciudadanos participen, los miedos de éstos a que los gobiernos usen sus datos que puedan capturar si participan en plataformas, hasta dónde es conveniente poner en marcha procesos de este tipo, cómo mitigar la sobrerepresentación de los más activos, si es posible superar la brecha entre los que no se implican (por edad, riqueza, etc.) y los que sí lo hacen, cómo destilar la cantidad frente a la cantidad delas aportaciones, cómo preparar a los empleados públicos para este tipo de dinámicas, etc.

Aspectos todos ellos operativos, propios del diseño de procesos de particpación, que desembocaron en tres grandes cuestiones que quedaron ahí ¿es posible hacer más participativa la democracia representativa? ¿es deseable llevarla al extremo de la democracia asamblearia? ¿realmente a través de la inteligencia colaborativa hay una distribución del poder o el poder real se juega en otra dimensión y sólo son las menuencias las que quedan al albur de la participación?  

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