Publicado en el blog del Plan de Innovación Pública del Gobierno Vasco 17/2/15
La aplicación de teorías clásicas de la
planificación estratégica se puso de moda en las Administraciones
públicas con los nuevos aires que trajo el paradigma de la Nueva Gestión Pública allá por los años 90. Fue en aquellos años cuando empezó a hacerse común la utilización en lo público de recetas de management que tan buen resultado habían proporcionado en la gestión empresarial.
Eran tiempos de entornos estables o de
cambios incrementales a baja velocidad en los que se empezaba a
vislumbrar la necesidad de disponer de herramientas que proporcionaran
una visión más allá de la mera aplicación de los procedimientos. Mucho y bueno ha traído y nos sigue trayendo a la gestión pública el enfoque del pensamiento estratégico y la incorporación de técnicas como la planificación.
Pero los tiempos han cambiado. Ya no son
tan estables ni los entornos fácilmente previsibles a largo plazo como
podían serlo hace unos años. El ejercicio de diagnóstico, la reflexión
sobre la propuesta de valor, la necesidad de marcar unos objetivos y
unas acciones soportadas en determinados ejes estratégicos sigue siendo
tarea obligada en la dirección pública. Pero con matices y limitaciones.
En primer lugar los ciclos son más cortos.
El rumbo difícilmente podrá ser el previsto inicialmente, y los
proyectos a largo que vertebran todo plahay que ir corrigiendo cada poco tiempo. La evaluación ha de ser permanente.
n puede que pasado el tiempo
empiecen a tener dificultades de encaje en el entorno. Por ello
En segundo lugar, la dedicación de recursos a un plan (a pensar primero y ejecutar después) puede que distraiga la atención en detectar nuevas necesidades,
nuevas herramientas o nuevas circunstancias no previstas en el
diagnóstico realizado un tiempo atrás. Es por ello muy recomendable combinar la gestión estratégica con la gestión de innovación,
entendida ésta como la capacidad de obtener nuevas ideas que puedan ser
aplicables en relativamente poco tiempo y con resultados.
Es aquí donde tienen su importancia los laboratorios de ideas,
en su sentido más líquido y dinámico que nos podamos imaginar. Es
decir, que no necesariamente han de poder verse representados en una
cajita dentro de un organigrama. Las ideas pueden venir de profesionales
de la organización, de expertos externos o de la propia ciudadanía o stakeholders.
La clave está en disponer de las herramientas de estímulo y
dinamización para que puedan aflorar ideas, y de escucha para que se
puedan recoger. Pero una idea por sí sola no es nada si no se ve
acompañada de equipos que la incuben, la conviertan en prototipo que
potencialmente lanzado, analizado y extendido a su completa
implantación.
El secreto está en combinar el corto con
el largo. El pensamiento con la acción. Lo macro con lo micro. El
secreto está en un cambio a dos velocidades.
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