En ocasiones en gestión pública falta valentía o sentido de la oportunidad para afrontar diversos problemas pendientes de resolver. Sin embargo, no son pocas las veces que los dirigentes deciden dar un paso adelante y cogen el toro por los cuernos, llevando el asunto a la agenda de gobierno. En estos casos la decisión y la intensidad del primer momento suele hacer que coincidan el discurso con la acción y que, al menos, en la primera vuelta del ciclo de políticas públicas se ponga buena parte de la carne en el asador. También hay casos en que el discurso y los hechos no coinciden, es decir se recogen por la esfera política unas necesidades, se plantean unas expectativas, se recalientan las mismas y luego la plasmación real es decepcionante, pero no tanto porque aparezcan problemas sobrevenidos o se crucen en la agenda otras prioridades sino porque simplemente de lo que se trata es de aparentar una pose que difiere de las verdaderas intenciones. Parte de todo ello está ocurriendo con la llamada ley de Transparencia, y no desde ahora: al anterior gobierno le faltó valentía y la dejó en el cajón; al actual, el acierto en impulsarla se le convertido rápidamente en crítica por su desatinado plantemiento y errática gestión del proceso de elaboración.
Como de todo en la vida se aprende, podemos utilizar este proceso de la ley de Transparencia para aprender ya que nos está dejando algunas lecciones de qué no se debe hacer si se pretende una gestión "abierta" de políticas públicas:
1. Créete los principios inspiradores de tu proyecto el que más. De
lo contrario, a las primeras de cambio quedarás en evidencia frente a
colectivos fuertemente militantes de las ideas que supuestamente has
decidido abanderar.
2. No empieces por la casa por el tejado: creer que la ley resuelve un problema público es inútil. Primero hay que indagar y sumergirse bien en las necesidades sociales, contactando con los diversos actores y trabajando con ellos un tiempo. Arremangándose y bajando al ruedo el éxito puede estar más cerca; en caso contrario, el fracaso es seguro. En el ámbito de la ley de Transparencia se ve claramente que entre lo propuesto por el gobierno y lo esperado por la sociedad civil hay una brecha.
3. Abandona barreras e inercias propias. Las políticas públicas sirven para mejorar, muchas veces para romper. Plantear asuntos como el de la transparencia remitiendo al encorsetamiento institucional ("legitimidad de los señores diputados") cuando la mayor parte del debate y opinión se produce en ecosistemas como internet (intrínsecamente alejados de ese vetusto institucionalismo) es la mejor forma de deslegitimar ya desde el principio la iniciativa.
4. (Es un tópico pero...) sé coherente. La coherencia es siempre un activo; por ejemplo, la confianza se gana a base de coherencia. Pero para que haya coherencia, al menos los hechos han de coincidir con las palabras. Plantarse como abanderado de la transparencia cuando por otra parte se abusa del secretismo (ejemplo: no poder ver las aportaciones de los demás o no saber de éstas cuáles se han incluido en el proyecto y cuáles no) no ayuda a favor de esta iniciativa.
5. Si vas a explorar nuevos terrenos, no des pasos en falso... documéntate primero. Abrir el proceso de elaboración de la ley a la participación puede ser una magnífica iniciativa.... pero también salir remetadamente mal si hay un desconocimiento de la realidad de los procesos de participación. Y no es la primera vez que se dan estos fracasos , por lo que es posible aprender de otros que ya se estrellaron.
6. Céntrate en el problema y (sobre todo) céntrate en la solución. Aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid para llenar una ley de elementos que colateralmente tienen relación con el tema en cuestión no es de recibo. Si lo que se pretendía era castigar a malos gestores, refórmese el Código de Buen Gobierno que hizo el gobierno socialista en esa línea; pero céntrese el asunto de la transparencia en el marco que directamente le corresponde: en una política amplia de gobierno abierto y mejora de la calidad democrática.
7. No utilizar la participación como instrumento de manipulación. Si lo importante está decidido de antemano, ¿por qué perder tiempo en lanzar un proceso participativo? No hay nada peor que crear expectativas (en este caso que los ciudadanos pueden aportar) cuando ya desde el principio quien las crean saben que no van a servir para gran cosa.
8. Si usas un grupo de expertos aprovéchalo; si es para despistar, al menos que no se note.
Ya conocemos el refrán administrativo: "si quieres no hacer nada, monta
un comité (de expertos)". Pero al menos toma nota de sus aportaciones,
escucha que algo (o mucho) se puede aprender... aunque luego decidamos
dejar todas esas cuestiones como "pendientes de evaluar". Sacar adelante
un anteproyecto cuando no han concluido las reuniones del comité es
cuando menos poco decoroso.
9. No abuses de parapetos. Si los diversos actores plantean cuestiones que no encajan con tus planteamientos, intenta convencerles con argumentos sólidos o quizá seas tú el que te debas mover. Utilizar "la ley", "la Constitución", etc. sistemáticamente para decir que no a (casi) todo es una estrategia que ya cansa.
10. Convence (primero) y apóyate (después) en líderes de opinión. Dentro del conjunto de actores los hay muy diversos en poder y en cómo les afecta; se abordamos un asunto que va a tener fuerte impacto en redes sociales (como es éste de la transparencia) es básico identificar quienes son los líderes de opinión para trabar de forma preferente con ellos y que sean los que apoyen la iniciativa. Pensar únicamente en los medios de comunicación tradicionales trabajando de espaldas (como ha ocurrido) a líderes de opinión clave en el ámbito de transparecia dejará el proyecto cojo, especialmente en el ámbito de la comunicación. Y eso no es bueno.
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